La infección por Micoplasma es una infección respiratoria causada por la bacteria Mycoplasma pneumoniae que coloniza las células ciliadas de las vías respiratorias altas y bajas, provocando neumonía atípica. La transmisión de la enfermedad es a través del contacto cercano y prolongado con partículas de secreción de la nariz y la garganta de personas infectadas, especialmente al toser o estornudar. Los síntomas más comunes son fiebre, tos, bronquitis, cansancio, y dolor de garganta y de cabeza, siendo muy común que derive en una neumonía, normalmente leve. La infección puede llegar a complicarse con infecciones de oído, anemia hemolítica o erupciones en la piel. El tratamiento que se emplea para esta enfermedad son antibióticos y como prevención se recomienda cubrirse el rostro al toser o estornudar. El diagnóstico de la infección por Micoplasma se realiza mediante conteo sanguíneo completo, análisis de sangre para detección de anticuerpos, broncoscopia, tomografía, gasometría arterial, biopsia pulmonar, cultivo de esputos o PCR.
La infección por micoplasma es endémica en todo el mundo y, periódicamente, se producen brotes epidémicos. La prevalencia varía según la edad y la tasa de infección anual varía de un país a otro. La infección ocurre durante todo el año, aunque es más común a finales de verano y en otoño. Cualquier persona puede contraer la enfermedad, afectando generalmente a personas menores de 40 años. Las personas que viven o trabajan en zonas de hacinamiento tienen una mayor probabilidad de padecer esta afección. Los ancianos y personas con un sistema inmunitario debilitado pueden presentar casos más severos.
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